Procesando...


La otra tonada

La otra tonada

Marzo ha vuelto con sus uvas.
La gente de la décima tribu
come su pan en las hileras.
Los hombres sacan la cuenta con los dedos;
pocos dedos alcanzan.
(Las mujeres con sus lágrimas
piden cuentas a Dios).
Lágrimas que no caben en la canción
ni en la tonada.
La siesta se llevó a las muchachas
al fondo del cañaveral
donde ellos las desgranan,
beso a beso, del racimo materno.
- En que canción cabe este sol,
en qué copla este sudor;
donde voy mojo la tierra
con mi cuerpo.
Si paro, todo gira,
y el dios amarillo baila y baila
sobre mis ojos de sal.
Mis manos, ya de madera,
arrancan los últimos racimos
como los pelos a un viejo calvo.
(Le estoy arrancando los últimos racimos
a mi vida).
- Mi vida; decía mi madre.
Ahora iremos a la cosecha;
y me daba un beso tempranero
como el rocío en los pámpanos.
Tendremos harina para el pan;
y yerba, y alpargatas para el frío; aguardiente
para el frío de tu padre.
Mi padre esperaba con su camisa blanca.
Y el cuartel era un mar verde
que apenas se movía,
poblado por las heridas camisas
de los cosechadores.
Ahora el padre soy yo;
mi hijo duerme, perdido
en la blanca camisa de su sueño.
Otra vez la siesta inmóvil
zumba en la carne alerta,
y una cueca sexual
resuena entre las piernas.